El del nombre turquesa


I

Los hijos e hijas de Morfeo se han multiplicado en el mundo convirtiéndose en diferentes seres mágicos. Por eso, en algunos puntos de la tierra, las personas son guiadas por los duendes de los sueños. Hay uno para cada tipo, para las pesadillas, para los sueños que permiten comunicarse entre humanos, los sueños que son premoniciones y así cada uno en lo suyo. Éter es la duendecilla de los sueños Dejavú. Estos son los que ayudan a los humanos a encontrarse entre ellos, porque a veces son tan tontos que al nacer se les olvida de dónde vienen y hacia dónde van. Los sueños recordatorios o Dejavú son muy importantes, porque duran solo unos segundos y su objetivo es que la persona que los sueña recuerde un poco de su vida pasada y así le sea más fácil cumplir su objetivo en la tierra.

Éter escogía a sus soñadores y soñadoras de acuerdo al libro dorado de la vida. Ella lo abría al azar y el libro le hablaba y le decía los nombres y la ubicación de su próxima visita. Ella consultaba sus páginas a las cero horas, para iniciar el día y luego se sentaba sobre el árbol más alto del bosque para que su pensamiento alcanzara a todas las personas que debían tener su sueño Dejavú. Ya que esos sueños se tienen a las seis menos diez y ella no puede estar fisicamente en todos a la vez, ese es el mecanismo que le permite cumplir su meta diaria.

Esa noche de verano, un agosto caluroso, el nombre de Juan apareció de un color diferente. Las personas eran nombradas y las palabras brillaban en las hojas del libro dorado, siempre de color azul mágico. Pero, esta vez, el nombre de Juan brilló de color turquesa. Eso solo significaba una cosa: ellos se conocían previamente. Era algo muy raro, porque no es común que los seres mágicos y los humanos se encuentren en una vida. O era una hermosa casualidad, o un error del sistema o, sencillamente, esto era obra del universo. El corazón de Éter empezó a palpitar a mil por hora y sus alas se detuvieron por un micro segundo, luego volvieron a revolotear con alegría.

En silencio, subió a la copa del árbol más alto y se sentó ahí sobre sus rodillas, en silencio, liviana y divertida. Cerró los ojos, proyectó el sueño recuerdo a todas las personas que soñaban y a las seis menos diez viajó, personalmente, a la habitación de Juan. Se sentó en su ventana y lo vio reposar relajado y con respiración profunda. Se acercó sin miedo y depositó un beso sobre su frente.

Así, Juan soñó con Éter y su vida pasada, cuando ella era un mujer medicina, comúnmente llamada bruja, y él era un mercader al que perseguían por sus ideas revolucionarias en su época. Ahí, en ese instante que él llegaba a su regazo y podía encontrar la paz y el amor que necesitaba para refugiarse y esconderse de sus detractores.

Él, así dormitando, en un exhalo se dirigió a ella y le dijo: “eres especial, mi bella bruja, ¡hasta mañana!”. Ella voló, porque eso solo significaba que Juan podía despertarse y se fue, pensándolo, extrañándolo, confiando en que pronto llegaría la oportunidad para volverse a ver en el mismo plano espiritual. En esta vida, eso no iba a ser posible.


II

Cuando Éter llegó a su habitación, no podía dormir, Juan y su recuerdo se revolvían con ella entre sus sábanas. Ella sabía que ellos debían conectar el nexo en esta vida, para no perderlo en la siguiente, pero al estar en planos diferentes de consciencia, tampoco podían coincidir en este momento o habría un desequilibrio en el universo.

Por lo que ella tuvo que inventarse una nueva forma de encontrarse con él, sin que Juan estuviera plenamente consciente y sin que la viera. Entonces, Éter tuvo que pedirle a Trenti, la duende mayor, que le permitiera por un tiempo, dejar de ser la encargada de los sueños recuerdo y así ser la de los sueños cotidianos de un humano. Ese tipo de solicitud no era bien visto y tenía que haber una razón de peso para concederlo.

Después de exponer su caso, Trenti le explicó que los cambios no se podían hacer por períodos, los cambios eran definitivos. Así que Éter se fue a meditar si valía la pena hacer ese cambio por un hombre humano. Ella entendió que su esencia podía ser compatible con Juan también en sueños y que había que respetar lo que estaba decidido vivir.


III

Juan se despertó y pasó casi veinte años buscando a la bruja de sus sueños, la miraba en todos lados, a veces la confundía entre mujeres humanas. Él no tenía claro si ese sueño era un recuerdo, era una premonición o era el amor, solo sabía que necesitaba encontrarla y volverla a ver. Se volvió loco haciéndolo. Éter lo miraba cada vez que ella cerraba los ojos y le daba pesar no poderlo ayudar, tal como lo había hecho aquella noche que huía.

El recuerdo de Juan buscaba hogar, pasaba noches enteras sin dormir, no se daba cuenta de que al cerrar los ojos podía encontrarla. Que no era necesario verla físicamente para que ella existiera en su vida. A veces le escribía cartas y las quemaba junto a un árbol para enterrar las cenizas después, con la esperanza de que, en algún lado del universo, ella las leyera.

“Mujer hechizo, mujer bruja, eres especial. Única. Siento tu magia en mí”, escribió un día. Ella estaba caminando sobre el agua, bailando y jugueteando con mariposas cuando esas palabras llegaron a sus oídos en susurro. Supo de inmediato que era Juan llamándola. Entonces, se detuvo. Subió al árbol más alto, cerró los ojos y lo vio ahí al pie de un árbol, enterrando la carta quemada. No pudo evitarlo y voló hasta donde él y lo abrazo en silencio. Juan se sintió abrazado, supo que ella había leído su mensaje.

Así taciturno y medio menguante se fue a la cama a soñar con su amiga.


IV

Después de eso, Éter sin permiso de nadie, decidió aparecerse en los sueños de Juan, así como él la conocía, vestida de negro, con sombrero, como vestían las mujeres de la época, y le dijo: “Mi bello amigo, estoy tan feliz de encontrarte, pero debes saber que en este plano no es permitido coincidir, yo soy etérea y tú humano. Tus recuerdos nos unen, pero no puedo hablar más de mí. En esta vida estoy cumpliendo un propósito diferente al tuyo. Es así. Debes entenderlo. Yo prometo visitarte y, cada vez que tu nombre aparezca en el libro dorado, seré feliz de venirte a recordar nuestra vida juntos. Por hoy, te pido que ya no me busques, te quiero en paz y tranquilo. Prometo no dejarte solo. La vida nos unirá siempre. No dudes de eso.”

Fue así como Éter voló de regreso al árbol antes de su hora del Dejavú y Juan se despertó con la sensación de sentirse amado. Su vida fue la misma de siempre, pero ahora sus ojos eran otros. Su corazón había sido rejuvenecido y decidió vivir esta etapa en el universo con determinación y felicidad. Sabía, ahora con certeza, que la amistad que lo unía a su bella bruja sería para siempre.

Entonces, él dejó de buscarla entre los humanos y sabe que cada vez que cierra los ojos ella puede aparecer. Éter sabe que no puede acercarse cuando quiera y solo lo visita cuando el libro dorado así lo desea.


V


Por eso, cada vez que Éter se distrae pensando en Juan, los humanos tienen Dejavús despiertos y se asustan al reconocer un lugar, una experiencia o una persona. De lo contrario, los sueños recuerdos aparecen siempre a las seis menos diez para dejar los mortales pensando y conectando con su interior y con quienes aman.




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