A Romeo y Julieta en este siglo no los separan las clases sociales, sino los esquemas mentales que las sociedades han sembrado durante esta brecha de tiempo. Los paradigmas son minúsculos, pero con un peso inimaginable.
Ella vestía sandalias, pantalones rotos, pelo desaliñado y un gran collar de piedras naturales. Él un hombre serio, formal, con el pelo engomado, zapatos mocasines negros y bien lustrados. Ambos querían ser amigos, pero la educación de sus padres y las estructuras sociales les decían que eran diferentes. Que la ropa de ella significa que es irresponsable, liberal, que no será una ama de casa, mamá de muchos hijos, ni sumisa a la hora de una discusión. A ella le enseñaron que un hombre así era frío, superficial, amante del dinero, que jamás la dejaría expresarse.
Ella vestía sandalias, pantalones rotos, pelo desaliñado y un gran collar de piedras naturales. Él un hombre serio, formal, con el pelo engomado, zapatos mocasines negros y bien lustrados. Ambos querían ser amigos, pero la educación de sus padres y las estructuras sociales les decían que eran diferentes. Que la ropa de ella significa que es irresponsable, liberal, que no será una ama de casa, mamá de muchos hijos, ni sumisa a la hora de una discusión. A ella le enseñaron que un hombre así era frío, superficial, amante del dinero, que jamás la dejaría expresarse.
Un día se encontraron en el supermercado, los dos vistiendo ropa de domingo, él en short, camiseta y zapatos deportivos; ella en jeans (pero estos no estaban rotos), el pelo amarrado y una camiseta blanca ajustada. Entonces, ya no parecían tan distantes, ni tan lejanos, ni tan diferentes. A penas un "buenos días, cómo estás, saludos a la familia" rompieron un poco el ensordesedor silencio que apareció al tener ese incómodo encuentro.
Finalmente, años después, cuando la distancia, la madurez, el tiempo y la amistad que se puede cultivar con miradas en los pasillos, permitieron que en la desnudez de una cama los dos descubrieran que ella no era tan libre como él pensaba y que él no amaba el dinero tanto como ella creía. La amistad pudo crecer sin decir palabra alguna, sin compartir vida alguna, solo en la imaginación de ambos los muros cayeron y un amor platónico se levantó, rompió amarras, apagó miradas curiosas y creció en los corazones del encorbatado y la hippie.
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