Había una vez un hombre mágico llamado Odel que vivía en el bosque Yamis. Su tarea en el mundo era despertar todas las mañanas a las flores del mundo. Él tenía un prototipo de cada especie del planeta y con tocar una, de acuerdo a la estación, todas las demás se abrían. Maya vivía en la puerta de al lado. Ella era la responsable de hacer que las mariposas volaran. Todos sus vecinos tenían una responsabilidad en el mundo para hacer que el mundo se moviera.

Odel la dejó un rato y siguió su tarea. Luego vio que no había ni una sola mariposa rondando y fue a tocar la puerta de Maya. “Toc, toc” sonó la puerta. “Querida, levántate, las flores esperan a sus mariposas”. Maya respondió con su voz dormida “Odel, déjame en paz, esta mañana no estoy de humor, el mundo puede vivir sin las mariposas un día”. Todos se detuvieron, giraron sus cabezas y asustados pronunciaron un ensordecedor silencio.
“Querida amiga, el mundo puede vivir sin las mariposas, pero yo no puedo vivir sin ti, así que siéntate, bosteza un poco y verás cómo todo lo gris de tu cabeza pierde sentido”, dijo Odel con una voz suave y regañona. Maya no lo pensó más. Se sentó, bostezó, miles de polillas grises salieron de sus oídos y se fueron volando a las lámparas de las viviendas del pueblo –habitado por humanos- más cercano.
Maya salió con su bolso lleno de polvo mágico y empezó a esparcirlo en las mariposas. Estas alzaron sus alas, revolotearon un poco cerca de ella y salieron a buscar flores. Una se paró sobre Jazmín y le daba besos para despertarla. Jazmín curiosa pregunto: “¿quién anda ahí?”, “querida, despierta, es la hora de alegrar el mundo, el sol ya salió, Rosa, Tulipán, Geranio… todos están despiertos, solo faltas tú.” Jazmín abrió los ojos, se peinó los pétalos, alisó sus hojas. Y, entonces, amaneció.
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