Vestía de azul. No era cualquier azul. El azul cielo le iba muy triste, el azul agua no lo hacía brillar. Siempre usaba ese azul del mar profundo, ese que nadie puede ver, porque solo los peces en las entrañas del océano lo conocen. Así vestía Mariano el duende de los sueños.
Antes de que todos lucháramos por hacer realidad nuestros sueños, estos se cumplían solo con soñarlos. Había un duende para cada tipo de sueño, para las pesadillas, para los sueños que permitían que un humano se comunicara con otro, los sueños que eran premoniciones y así cada uno en lo suyo. Esta es la historia del duende de los sueños hermosos y fascinantes, esos que te hacen volar, que te hacen enamorarte...
Él vivía adentro de un hongo, feliz con otros duendes. Nunca había salido de su aldea. Pero en esa ocasión si no salía a buscar el remedio para su hermana, el hada de los deseos, ella podía morir. Era prohíbido para los duendes salir, pues cualquier percance alteraba el orden natural del mundo.
Alistó su matata, sus zapatillas y un poco de alimento. Salió a las afueras del bosque y encontró, después de muchas aventuras, la flor que salvaría a su hermana Camelia. Era una flor única, era la flor del amor. Ella nacía una vez cada 10 años, pasaba en capullo durante seis meses, luego abría sus pétalos una vez, brillaba tan fuerte que enceguecía al que la viera y, después de brillar todo un día, moría, agachando su cabecilla, escupiendo una pequeña semilla cerca de ella y se desintegraba, dejando su nombre grabado en la tierra. Por eso para encontrarla había que llegar a un punto de partida y de ahí seguir la línea de luz que cada flor que fallecía dejaba.
La importancia de recuperar un pétalo a las doce del día que la flor nacía era muy importante, porque era el momento de mayor vitalidad y ese pétalo, al ponerlo en la frente de Camelia, la salvaría. Había un hechizo que esta maravillosa flor exhalaba al nacer: su encanto irresistible, pues al vivir un solo día, su intensidad era tal que era como meter en un solo frasco el amor, los sueños, la vida de 10 años. Por lo que era difícil cortar un pétalo, casi nadie lo lograba, pues el que lo intentaba se enamoraba de ella y perdía la razón.
Camila tenía tres meses enferma. Habían probado todo y no habían logrado recuperarla. Estaban esperando el nacimiento de esta flor y, finalmente, lograr llevar el tan ansiado remedio. El mundo no podía vivir sin los deseos.
Mariano halló el punto de partida y empezó a caminar hacia ella con los ojos cerrados. Dejó que su intuición la alcanzara. Él se acercó a ella y así a oscuras la tocó. Acarició sus hojas y no podía resistirse a su olor. Trató de contener el aire y seguir despacio buscando sus pétalos... Aquello que duraba a penas unos segundos, él sentía que era una eternidad. Su corazón palpitaba a mil por hora y ella volvió su rostro a él y empezó a corresponder sus caricias, mientras cantaba. Mariano empezó a experimentar algo que nunca había sentido por nadie. Sus piernas temblaban. Su pensamiento empezó a discutir, sabía que si abría los ojos él perdería la vista y no podría arrancar el pétalo para Camila. En el momento más inesperado, tocó el corazón de la flor. Algo que jamás nadie había hecho. Es más nadie sabía que la flor tenía corazón.
Entonces, la flor dejó de brillar, lo que oscureció más los pensamientos de Mariano. Con desconfianza abrió los ojos y ella, dulce y libre, lo abrazó. El pétalo cayó bajo su propio peso y él lo tomó y se marchó corriendo por su hermana.
La flor, a la que nadie había amado, porque ella tocaba el corazón de todos, pero nadie había tocado el de ella, lloró por primera vez en su vida y antes de que acabara el día cada pétalo cayó al suelo y se desintegraron uno a uno sin dejar un solo brillo que siguiera el camino marcado por todas las flores anteriormente. En el momento del atardecer, antes que ella desapareciera, el duende de los sueños que se hacen realidad, el duende vestido de azul, regresó. La abrazó fuertemente porque quería sentir lo mismo que hace unas horas atrás. Ella se desvaneció con una sonrisa en el rostro y por primera vez no dejó el brillo en el suelo, si no sobre el duende.
Él regresó a su hogar lleno de brillo. Ella se desintegró y la semilla que tiró al suelo no podría volver a crecer, porque el brillo que necesita para nacer se lo había llevado el duende.
Es por eso que el duende de los sueños nunca más logró que las personas cumplieran los sueños sin luchar por ellos y es por eso que él deambula en el jardín de las casas, buscando el punto de partida y el camino de luz para devolver el brillo que se llevó y permitir que la flor nazca de nuevo. Hasta entonces, todas y todos lucharemos por los sueños y el amor siempre será ese imposible que nadie encuentra, pues la flor del amor vive en el corazón del duende de los sueños.
Antes de que todos lucháramos por hacer realidad nuestros sueños, estos se cumplían solo con soñarlos. Había un duende para cada tipo de sueño, para las pesadillas, para los sueños que permitían que un humano se comunicara con otro, los sueños que eran premoniciones y así cada uno en lo suyo. Esta es la historia del duende de los sueños hermosos y fascinantes, esos que te hacen volar, que te hacen enamorarte...
Él vivía adentro de un hongo, feliz con otros duendes. Nunca había salido de su aldea. Pero en esa ocasión si no salía a buscar el remedio para su hermana, el hada de los deseos, ella podía morir. Era prohíbido para los duendes salir, pues cualquier percance alteraba el orden natural del mundo.
Alistó su matata, sus zapatillas y un poco de alimento. Salió a las afueras del bosque y encontró, después de muchas aventuras, la flor que salvaría a su hermana Camelia. Era una flor única, era la flor del amor. Ella nacía una vez cada 10 años, pasaba en capullo durante seis meses, luego abría sus pétalos una vez, brillaba tan fuerte que enceguecía al que la viera y, después de brillar todo un día, moría, agachando su cabecilla, escupiendo una pequeña semilla cerca de ella y se desintegraba, dejando su nombre grabado en la tierra. Por eso para encontrarla había que llegar a un punto de partida y de ahí seguir la línea de luz que cada flor que fallecía dejaba.
La importancia de recuperar un pétalo a las doce del día que la flor nacía era muy importante, porque era el momento de mayor vitalidad y ese pétalo, al ponerlo en la frente de Camelia, la salvaría. Había un hechizo que esta maravillosa flor exhalaba al nacer: su encanto irresistible, pues al vivir un solo día, su intensidad era tal que era como meter en un solo frasco el amor, los sueños, la vida de 10 años. Por lo que era difícil cortar un pétalo, casi nadie lo lograba, pues el que lo intentaba se enamoraba de ella y perdía la razón.
Camila tenía tres meses enferma. Habían probado todo y no habían logrado recuperarla. Estaban esperando el nacimiento de esta flor y, finalmente, lograr llevar el tan ansiado remedio. El mundo no podía vivir sin los deseos.
Mariano halló el punto de partida y empezó a caminar hacia ella con los ojos cerrados. Dejó que su intuición la alcanzara. Él se acercó a ella y así a oscuras la tocó. Acarició sus hojas y no podía resistirse a su olor. Trató de contener el aire y seguir despacio buscando sus pétalos... Aquello que duraba a penas unos segundos, él sentía que era una eternidad. Su corazón palpitaba a mil por hora y ella volvió su rostro a él y empezó a corresponder sus caricias, mientras cantaba. Mariano empezó a experimentar algo que nunca había sentido por nadie. Sus piernas temblaban. Su pensamiento empezó a discutir, sabía que si abría los ojos él perdería la vista y no podría arrancar el pétalo para Camila. En el momento más inesperado, tocó el corazón de la flor. Algo que jamás nadie había hecho. Es más nadie sabía que la flor tenía corazón.
Entonces, la flor dejó de brillar, lo que oscureció más los pensamientos de Mariano. Con desconfianza abrió los ojos y ella, dulce y libre, lo abrazó. El pétalo cayó bajo su propio peso y él lo tomó y se marchó corriendo por su hermana.
La flor, a la que nadie había amado, porque ella tocaba el corazón de todos, pero nadie había tocado el de ella, lloró por primera vez en su vida y antes de que acabara el día cada pétalo cayó al suelo y se desintegraron uno a uno sin dejar un solo brillo que siguiera el camino marcado por todas las flores anteriormente. En el momento del atardecer, antes que ella desapareciera, el duende de los sueños que se hacen realidad, el duende vestido de azul, regresó. La abrazó fuertemente porque quería sentir lo mismo que hace unas horas atrás. Ella se desvaneció con una sonrisa en el rostro y por primera vez no dejó el brillo en el suelo, si no sobre el duende.
Él regresó a su hogar lleno de brillo. Ella se desintegró y la semilla que tiró al suelo no podría volver a crecer, porque el brillo que necesita para nacer se lo había llevado el duende.
Es por eso que el duende de los sueños nunca más logró que las personas cumplieran los sueños sin luchar por ellos y es por eso que él deambula en el jardín de las casas, buscando el punto de partida y el camino de luz para devolver el brillo que se llevó y permitir que la flor nazca de nuevo. Hasta entonces, todas y todos lucharemos por los sueños y el amor siempre será ese imposible que nadie encuentra, pues la flor del amor vive en el corazón del duende de los sueños.
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