- Mamá, ¿quién es él?.
Mi hija de dos años, toma con su pequeña mano un crucifijo que ando en mi pecho. Es una camándula que un amigo me trajo de Israel y tiene a Jesús crucificado y pintado en una cruz de madera.
- Es Jesús.
- Pero, ¿qué le pasó? ¿Por qué está triste?
- Lo mataron por decir la verdad. Por hablar de amor, de justicia, de paz... a la gente de la época no le gustaba que él hablara de eso y lo mataron.
- Pobrecito. Hay que ponerle una curita.
- (Silencio de 3 segundos) Para la muerte no hay cura... (pausa larga, mientras me sorprendía su inocencia y su curiosidad, sobre todo su análisis). Aunque las personas dicen que con Jesús se puede hablar, pues él murió y se fue a una estrella a los tres días. También hay gente que dice que está en tu corazón y puedes hablar con él.
- Yo no quiero hablar con Jesús.
- ¿Por qué, mi amor?
- Porque él ya se murió y yo no quiero hablar con alguien muerto.
Fin de la conversación. Solo tuve que decirle que cuando estuviera más grande le explicaría. Pero su lógica fue tan buena, que me dejó callada.
A sus dos años y medio, cuando a penas másticaba las palabras, mientras íbamos en un gran tráfico hacia nuestra casa.
Mi hija de dos años, toma con su pequeña mano un crucifijo que ando en mi pecho. Es una camándula que un amigo me trajo de Israel y tiene a Jesús crucificado y pintado en una cruz de madera.
- Es Jesús.
- Pero, ¿qué le pasó? ¿Por qué está triste?
- Lo mataron por decir la verdad. Por hablar de amor, de justicia, de paz... a la gente de la época no le gustaba que él hablara de eso y lo mataron.
- Pobrecito. Hay que ponerle una curita.
- (Silencio de 3 segundos) Para la muerte no hay cura... (pausa larga, mientras me sorprendía su inocencia y su curiosidad, sobre todo su análisis). Aunque las personas dicen que con Jesús se puede hablar, pues él murió y se fue a una estrella a los tres días. También hay gente que dice que está en tu corazón y puedes hablar con él.
- Yo no quiero hablar con Jesús.
- ¿Por qué, mi amor?
- Porque él ya se murió y yo no quiero hablar con alguien muerto.
Fin de la conversación. Solo tuve que decirle que cuando estuviera más grande le explicaría. Pero su lógica fue tan buena, que me dejó callada.
A sus dos años y medio, cuando a penas másticaba las palabras, mientras íbamos en un gran tráfico hacia nuestra casa.
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