Energías en menos diez. Cómo me costó levantarme hoy. No sé ni con qué valor lo hice. Creo que solo fue el reto de saber que puedo hacerlo, aunque realmente no podía. Pasé en calidad zombi durante la mañana en la oficina, encima de todo, anduve con esta mocotosera (como dice el anuncio), que me agobia.
Este día, cada vez que vi mi sangre al fondo del inodoro, un color rojo oscuro, con mucho peso, sin mezclarse con el agua, sentía un profundo agradecimiento por ser mujer, por esta maravillosa oportunidad de sentirme en mi inmensidad diosa-bruja.
Hace cinco años, aproximadamente, leí un artículo en el que la autora planteaba la posibilidad de “controlar la sangre” menstrual. Ella decía que, así como cualquier necesidad fisiológica, tu cuerpo te avisa que “necesitas ir” también, la sangre te avisa. Me pareció loco y revolucionario, porque eso quería decir que no necesitábamos andar con toallitas, tampones, copas, ni nada, sobre todo sin miedo a mancharnos. Ella decía que era posible educarnos desde niñas a hacerlo. Yo empecé a soñar con enseñárselo a mi hija, pero para eso debía aprender yo.
En ese momento, empecé a procesar lo leído y, cada vez que menstruaba, hacía el intento. Un año después de estarlo intentando logré sostener e ir a evacuar sentada en el inodoro. Por supuesto, me quedaba un buen rato ahí sentada esperando que bajara y cuando ya sentía que salía, me sentía orgullosa de mi misma. Siempre usaba toallitas desechables en esa época, porque aun tenía mucho miedo de mancharme. Pero en el trayecto conocí a cuatro amigas-hermanas-brujas que andaban en mi misma sintonía, cada una desde sus propias historias personales. Hablar con ellas sobre estos temas revolucionó mi mundo.
Un día, una madrugada de hace tres años, me desperté con “ganas de menstruar” y salí corriendo al baño y ahí mi primera “sangre controlada”. Corrí a contárselo a mis amigas, quienes se pusieron felices conmigo. Cada día fue un aprendizaje, hasta que aprendí a soltar las toallitas desechable y empecé a no ponerme nada en los días con menos flujo. Por supuesto, solo lo hacía estando en casa. Y, así, fui cambiando mi relación con mi sangre. Sin embargo, mi adenomiosis, recién diagnosticada, me tenía muy contrariada, porque los dolores no me dejaban vivir. Desde que estaba en el colegio, me acuerdo que más de alguna vez fui a parar a enfermería por causa de los malestares. Mi mamá me decía que después de tener hijos se me quitaría y no fue cierto.
Luego de eso, quedé embarazada, todo paró. Diez meses, más o menos, de no ver sangre. Cuando la sangre bajó después del parto, ya “la regla”, fue como volver a empezar. No la sentía, estaba irregular, me volvía a manchar mucho, porque perdía el control. Fue un poco más fácil, seguro, que la primera vez, pero ya estoy encarrilada de nuevo, lo volví a lograr.
La siento, siento que va a venir y salgo al baño a verla salir. Me gustaría poder ir a dejarla salir en la tierra, porque es un abono y alimento magnífico para las plantas, pero creo que los vecinos me verían raro si me ven de cuclillas en mi terraza, con los calzones abajo. Creo que aun no estamos preparadas para eso. Pero bueno, por ahora, estoy en contacto conmigo misma, que ya es bastante.
Mucho sueño, nada de dormir, hambre más controlada, con deseos de estar en una cueva sin que nadie me moleste, me hable o vuelva a ver. Nada parecido a la realidad, porque tuve que irme a trabajar. Desde mi cueva interior, decido compartir esta experiencia.
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