Diario de una bruja (entrega final)


Una bruja, no puede vivir sin su gato (12 de julio de 2019)

Puede ser que siga escribiendo sobre la menstruación o sobre otros temas pero, por hoy, he cumplido mi objetivo de dejar evidencia de mi ciclo hasta que Mirena llegó. Tengo 15 días que no paro de sangrar y el 19 de este mes estaré cumpliendo tres meses de haberme caído. Ambos hechos han cambiado mi forma de ver la vida. Así que en este último post quiero escribir sobre lo que pasó con mi rodilla.

Tenía miedo de decir que me caí rescatando a mi gato. Sí, estaba queriendo rescatar a un animal. Tenía miedo de decirlo, porque no tenía la capacidad de escuchar a la gente juzgándome y diciéndome cómo me arriesgué por un simple animal. Pero ayer que vi la noticia de un señor que murió, porque la lluvia lo arrastró a un tragante, mientras él intentaba rescatar su hielera y su moto, decidí contarlo todo. La gente lo criticó, el señor ya falleció, pero lo único que se leía en los comentarios eran personas diciendo que había arriesgado su vida por una moto y una simple hielera de durapax. Nadie cuestionó los problemas estructurales que lo hacían vender en la calle en situaciones precarias, nadie cuestionó la poca protección que existe en las calles (puesto que no es la primera vez que pasan este tipo de trágicos accidentes). Él estaba queriendo salvar su medio de vida, su trabajo, lo que le permitía llevar comida a su hogar, para él esa simple hielera y esa moto eran su vida.

Así que debido a esa triste historia, decidí decir en voz alta lo que me pasó:
Yo estaba dormida con mi bebé de un año, cuando escuché los maullidos y ¿gritos? de gatos peleando. Preocupada porque hay vecinos/as intolerantes a los animales, quienes ya han puesto queja porque no quieren a nuestros animalitos en el edificio, porque hacen ruido, por el olor, etc., etc., me levanté a ver qué pasaba y oía el ruido, pero no miraba nada. Yo ya estaba en pijamas y sin lentes, cuando de repente vi rodando desde mi apartamento hacia la calle, una bola que parecía el yin y el yan, un gato negro y un gato blanco hechos bolita que rodaban hasta la calle, sobre un montón de rocas que son la base del edificio donde vivo, a una altura de 10 metros o quizás menos. Mi gato se estaba peleando con un gato negro que vive en frente del apartamento.

Estaba muy asustada, porque mi gato es un niño de hogar, duerme en nuestra cama, come en nuestro comedor, toma agua del grifo y es miembro de mi familia. Es un especie de Garfield, pero color blanco con rayas grises. Le dije a mi esposo, “quedate con los niños, voy a bajar a buscarlo, porque seguro no sabrá cómo regresar a casa”. Para quienes dirán en su cabeza “los gatos saben regresar, tienen instinto...”, he de decirles que mi gato se ha perdido dos veces en sus tres años de vida y una vez quedó atrapado en una veranera, no podía safarse por las espinas y durmió ahí toda la noche, hasta las 06:00 a.m. que fui a buscarlo afligida, ya que él siempre dormía adentro de la casa. La segunda vez, pasó dos días perdido y lo llegamos a hallar atrás de una maceta en el segundo nivel del condominio donde vivíamos. En fin, el punto es que las veces que se perdió adentro del condominio nunca supo como regresar, ahora que se había caído a la calle, menos.

Entonces, bajé a buscarlo, estaba asustado sobre una piedra que, por mi enanencia, yo no alcanzaba. Así que me subí sobre otra piedra a unos cincuenta centímetros del piso e intenté agarrarlo. Cuando lo hice, él se quiso safar y yo, en vez de soltarlo, lo abracé y brinqué, porque sino caería acostada de espaldas (olvidando por completo que ya no tengo 20 años, que podía deslizarme, caerme, etc.), caí parada con las piernas rectas y cuando quise dar el paso, mi pierna izquierda no me respondió y ma caí al suelo.

Detalles importantes: eran las 09:30 de la noche, andaba en pijamas, sola, en una calle oscura junto a mi edificio, en chanclas, con 7% de carga en el teléfono y tirada en el suelo, nunca, nunca solté a mi gato. Le llamé a mi esposo para decirle que creía haberme quebrado la pierna. Él, solo con los niños, no podía socorrerme, porque nuestro hijo pequeño dormía. La niña grande salió con el vigilante a ver si podían ayudarme, sin embargo, no fue posible, por la negligencia de él y por la edad de ella. Mi hija estaba muy asustada, miraba a su madre tirada y sin poder reaccionar. Ella era la segunda razón más importante por la que quise bajar a salvar al gato, pues es su mascota y si él se perdía, ella sufriría mucho. Los vecinos del edificio iban llegando a su casa, les grité pidiendo ayuda y, al verme tirada en el piso, me ofrecieron llevarme donde yo necesitara. Hasta ese momento solté a mi gato, volviéndolo a poner en la misma piedra que lo hallé y me fui al hospital con dos hombres extraños, pero buenos samaritanos.

En medio de todo el caos, mi esposo me llamó para decirme que el gato ya estaba en la casa. O sea, sí supo cómo llegar. No se crean superiores a mí, diciendo “cómo se le ocurre”, se los suplico por favor. Suficiente trauma tengo con todo lo que me está pasando. Fui al hospital. Gritaba como nunca en la vida lo he hecho. Incluso oía mis gritos y yo misma pensaba que ni tan siquiera sabía que podía gritar de esa manera. Me enyesaron, pues del dolor no me podían revisar y la radiografía decía que no había rupturas de huesos. Ya eso era un alivio. Gracias a mis amigas del alma, quienes me llegaron a cuidar en sábado y domingo Santo, pude sobrevivir, puesto que no podía chinear al niño y Julio tampoco, pues él también está jodido de la espalda.

Doce días con yeso, me lo quitaron, la rodilla seguía hinchada y con “líquido”. Lo pongo entre comillas, porque se suponía que era eso, hasta que una semana después me lo quitaron y sacaron 10 ml de sangre. Me impacto mucho y me asusté, solo ahí empecé a sospechar que algo no estaba bien. Mi doctor me dejó terapia, empecé a caminar, a chinear al niño de nuevo. Gracias a una amiga incondicional, pude hacer todos los trámites del seguro social y regresé a trabajar, 21 días después. Por la sangre que encontraron, me dejaron la resonancia magnética y ahí salió que había ruptura completa del ligamento cruzado anterior y un menisco con una lesión vieja. No había otro remedio que la operación.

El 15 de junio de 2019, me operaron. “¿Cirugías previas?”, me preguntaban las enfermeras, doctores y todas las personas que me iban atendiendo para prepararme. “Dos cesáreas”, era mi respuesta. Solo quienes han pasado por esto saben lo duro que es cuidar hijos recién operadas como si nada pasara en el mundo. La alegría y el amor nos hacen olvidarnos de nosotras y seguir abrazando y desvelándonos. Para mí era mi primera cirugía, relacionada a este tipo de lesión. He bailado, he corrido, he jugado, me he caído y nunca, nunca pensé que fuera tan frágil mi cuerpo como ahora. Estaba asustada y preocupada de los resultados.

Tengo tres meses ya de que pasó todo esto y estoy aprendiendo a caminar de nuevo. Lloro en cada terapia, del dolor y de la frustración. Así que cada día doy gracias por la vida, por las lecciones que estoy aprendiendo y por tener una hija y un hijo tan bellos que me hacen despertar cada vez con ánimos de besarlos y abrazarlos. Es una experiencia que no le deseo a nadie, esta experiencia de no caminar, de no poderme mover a mi antojo es de las situaciones más difíciles que me ha tocado vivir.
Y, así, una noche como hoy, me animo a contar todo lo que me ha pasado. Me siento triste, frustrada, deprimida, pero con el espíritu positivo de que todo tiene que salir bien. Muero de miedo pensando en que no sea así, pero quiero creer que soy dichosa de tener dos hijos que me aman, un esposo que me acompaña en las buenas y en las malas, que tengo tres mascotas que también me aman y amigas que han demostrado de lo que están hechas, dándome su apoyo y confort en estos malos momentos. Es una larga historia que aun no termina, pero para mí era importante decir que me lastimé la rodilla izquierda por amor.

#MiGatoNoEsElCulpable #LoHicePorAmor #AmoAMisHijos #ElDolorTransforma #Yopuedo #MañanaMeReiréDeTodoEsto

Comentarios